Para el debate: artículo de E. Lindo sobre la interpretación de los cantantes.

ELVIRA LINDO OPINIÓN

No, no eran sus hermanos

 ELVIRA LINDO 16/10/2011 EL PAIS

Un ejecutivo de la construcción está en la cama, junto a su esposa. La luz está apagada pero él no puede dormirse. Se está acordando de una profesora de universidad que ha conocido: una mujer que nada tiene que ver con él, devota del feminismo, el posestructuralismo y el desconstructivismo. O sea. Pero a este ceporro que jamás ha tenido intereses culturales la profesora le pone. Tanto le pone que recordándola siente cómo su miembro emprende un viaje ascendente y de ser un guiñapillo se convierte en un misil intercontinental de alto alcance. En estas, su señora cambia de postura y se encuentra casualmente con aquella inusitada erección. ¡Ay! Como quiera que la mujer lleva una vida marcada por la privación, sus alarmas se encienden y se lanza a aprovechar tan feliz acontecimiento. Él habrá de cumplir porque estaría feo confesar que es otra mujer la que le provoca dicho empalme. Al escritor David Lodge es a quien debemos escenas como esta. Contra lo que se puede esperar, el escritor siente más simpatía por el ceporro de «buen trabajo» que por la académica. De alguna manera, todos los libros de este agudo inglés comparten una mirada sarcástica sobre la pedantería y la jerga hueca de una clase cultivada. Me pregunto por qué en España es tan escasa esa burla hacia la cultura. Y me respondo de inmediato: cuando aquí haces sarcasmo sobre la cultura hay lectores que se ponen tan tiesos que toman lo que escribes de manera literal. Y no me refiero a lectores inexpertos, al contrario, el puritanismo es un virus muy extendido en el mundo cultural. Si un domingo sorprendes con un artículo (como hizo servidora) que se llama El higo y hablas del MOMA, y otro (como hizo la misma servidora de ustedes) con uno titulado Hemoal, contra el mal de Parsifal y hablas de Wagner y de las cinco horas de duración de dicha ópera, no faltará el experto que se lleve las manos a la cabeza como si estuvieras mentando a su madre, ni el crítico zote que piense que todo lo que escribes es autobiográfico y que estás contra las óperas de cinco horas. ¿Cómo se puede hacer humor sin burlarse de la cultura? ¿Es que sólo hay que burlarse de los humildes? Eso pensaba yo esta semana sentada en una butaca del Teatro Real, rodeada por los cuatro costados de Rodrigo Rato y señora, de Agatha Ruiz de la Prada y señor, de José Luis Gómez y acompañante y hasta de Muñoz Molina,que como habrán ustedes deducido, no iba solo. Por supuesto, también había un honorable público del que, por desgracia, desconozco los nombres. Se representabaElektra de Richard Strauss, una ópera que entra en materia de manera abrupta, como si te dieran un empujón y te vieras de pronto rodeada por los miembros de una familia, a mi juicio, bastante desestructurada. Lo cual viene bien para tranquilizar a los que muestran su inquietud por la decadencia de la institución. Yo les digo: en la Antigüedad, no estaría permitido el matrimonio gay, pero puestos a hacerse putadas los familiares de entonces no tenían parangón. Como soy capaz de pensar dos cosas a la vez, una parte de mis neuronas andaban disfrutando de la música; las otras, más retorcidas, las que no permiten que se adormezca mi espíritu crítico, me llenaban la mente de dudas. Dudas que no he resuelto y que paso a exponer. Los directores escénicos no se conforman ya con elementos decorativos que arropen a los cantantes, no, los directores escénicos a día de hoy convierten el propio escenario en una obra de arte, no reparan en gastos y quieren que los cantantes actúen no sólo como cantantes, también como actores. Es lo que se ha hecho siempre en la comedia musical, pero a la inversa: los actores tenían que saber cantar y bailar. Habrá a quien le parezca un sacrilegio esta comparación, que se santigüen los ofendidos, pero lo que yo encuentro ahora en algunas óperas es cierta incongruencia: por un lado, les hacen cantar de rodillas, bailar, interpretar tumbados, hacer equilibrios o hacer el ridículo, en el peor de los casos; por otro, esto ocurre sin que a los cantantes se les exija un mínimo de cualidades físicas. La otra tarde, en esta ópera en la que no se respira un momento de humor, los tres hermanos de la tragedia estaban representados por una Elektra pelirroja y de gran envergadura (para que nos entendamos), por un coreano y por una morenita menuda. Lo importante son las voces, dicen. De acuerdo, entonces, preocupémonos sólo por las voces, porque si les hacemos actuar como si fueran actores el público tiene derecho a una explicación: que Clitemmestra (la madre) salga al escenario y nos justifique las razones por las que le salieron tres criaturas tan distintas: una inmensa pelirroja, una morena diminuta y un coreano. La genética es caprichosa, vale, pero también muy chivata. Por otra parte, si los cantantes no tienen un físico agraciado, ¿es necesario que hagan piruetas o den pasillos de baile por el escenario? ¿No nos obliga eso a forzar demasiado nuestra imaginación? Ya sé que hay muchos aficionados a este arte que añoran un tiempo en que el físico no contaba. Muy bien, que salgan los cantantes, que interpreten con emoción y sanseacabó. Pero los hermanos de Elektra no eran sus hermanos. Y ahora me voy a rezar tres padrenuestros y un avemaría.